martes, 4 de julio de 2017

La flor de la literatura iberoamericana en dos vidas

Laura Martínez-Belli, siembra una historia endémica de la literatura sudamericana, con grandes rasgos característicos de la redacción iberoamericana como las descripciones elaboradas y realistas que desgranan las flores hasta encontrar la simiente que mantiene la intensidad del texto y la atención del lector en todo momento. Las dos vidas de Floria son el germen del argumento.

Otrora, una comunidad con nombre de otro tiempo, ficticio, como Macondo (el pueblo donde transcurre Cien años de soledad), es el escenario de un drama, que comienza con la historia de amor de Manrique e Ifigenia. Los recién casados no consiguen el deseado fruto de su amor, la descendencia, lo que obsesiona a Ifigenia hasta el punto de la depresión. Incluso, llega a recurrir, a escondidas de su marido, a una curandera que reside en una cabaña perdida en el bosque.

Cuando Manrique se percata, reprende a su mujer y a la santera, provocando su enfado. Aún así, Teófila, la bruja, les deja como sirvienta a su sobrina Antónima, que de lo contrario no tendría muchas oportunidades de futuro viviendo en ese alejado paraje con su tía.

En este momento, la novela se riega con un elemento mágico que hace crecer la intriga del relato hasta lo surrealista e inquietante, con el embarazo de Antónima, sin mediación de ningún varón. A la par de la magia, surge también una infinidad de figuras y recursos poéticos alrededor de ese misterioso embarazo y la singular vida que dará a luz Antónima.

Entre líneas podemos identificar valores como el amor, la familia, y el respeto por la naturaleza y el desarrollo de las medicinas naturales, al mismo tiempo que un cierto miedo por la magia o lo incomprendido del caso de Floria. Adentrarse en el universo del hogar de Manrique en Otrora es todo un viaje a través de las bellas palabras que Laura Martínez-Belli invoca en las páginas de esta novela que publica Piel de Zapa.

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