Si te gustan el dibujo y la fotografía puedes hacerte un 2 x 1 en la Fundación Mapfre (Paseo de Recoletos, 23) hasta el 29 de abril.
El simbolista Odilon Redon pone la nota manufacturada de sus ilustraciones, ya sean dibujos a mano alzada en diferentes técnicas o litografías que hicieron más intensas las sensaciones de sus negros (como llamaba a sus carboncillos y láminas).
Desde hojas de estudios en lápiz, pluma, tinta china y violeta con trazo seguro hasta mina de plomo, carboncillo, tiza o pastel son la variedad de útiles de los que se sirve y domina para crear efectos tan reales como la esfera, que incluye la goma de borrar para crear, al contrario de como indica su nombre.
Óleos sobre lienzo de amapolas de pétalos tan creibles que parecen perfumar las salas de la segunda planta de la Fundación Mapfre que están completadas con frases de Redon que explican pensamiento como el respeto al negro, color más esencial para el artista, ya que nada logra prostituirlo.
En sus álbumes de litografías pretende hacer un manifiesto contra el impresionismo y el naturalismo a través de cabezas cortadas, la fascinación hacia las ciencias experimentales, seres mitológicos que imaginaba en el caos anterior a la aparición del ser humano, inspirado por La Evolución de las Especies de Darwin. Otras series de láminas las dedico al romántico Edgar Allan Poe en oposición al realismo o a la admiración que sentía por el aragonés Francisco de Goya y la identificación con sus pinturas negras.
Con las técnicas de acuarela, pastel y óleos, aporta todo su color, incluso brillos de pinturas metálicas. En esta época se declara amante del detalle, del carácter de las cosas en sí más que en el conjunto; y la naturaleza, su mejor inspiración, así todo lo que plasma es verdadero. Con el pastel llega a conseguir textura de terciopelo probando sobre tela.
Este maestro de la trasposición emotiva fue reconocido por los nabis que comparten esta visión del arte, y bebiendo mutuamente de sus estilos, podemos terminer viendo en Redon formatos de paneles japoneses.
En la sala subterránea hay 170 documentos gráficos del estadounidense Lewis Hine, que utilizaba su cámara para retratar los horrores de la explotación laboral, sobre todo en los más pequeños.
Su nombre ha quedado ligado a dos aspectos fundamentales de la historia, por un lado en lo artístico al estilo documental y en lo polítio social a la promoción de movimientos progresistas.
El interés de este educador por la fotografía se desató cuando pusieron sobre sus manos una sencilla cámara de fuelle para documentar las actividades de la escuela. Así emprendió en 1904 una serie de expediciones con sus alumnos a la Isla de Ellis, puerta de Manhattan para una masa de inmigrantes que buscaba en EEUU una vida mejor. Allí reflejaba la pobreza y la lucha de estas familias que vivían afincados en pocos metros cuadrados.
En cuatro años se da cuenta de su poder para comunicar y abandona la docencia para dedicarse plenamente a la imagen. Fue un pionero en valerse de la cámara para luchar por el progreso de la sociedad, camino continuado por otros como Walker Evans. Así, en 1908 comienza a retratar rostros para la National Child Labor Committee para combatir el empleo infantil y capturó sobrecogedoras instantáneas de niños en minas, fábricas, recolectando algodón... Como el niño que perdió un brazo manejando una sierra en una fábrica de cajas. Paralelamente registraba escenas cotidianas en el barrio, las condiciones de vida de los trabajadores.
Tras la Primera Guerra Mundial Hine viaja a Europa para atrapar con su objetivo la debastación de la guerra y cómo se llevan a cabo las operaciones de auxilio a los refugiados. El resultado fue un gran trabajo que ayudó a que Cruz Roja consiguiera más subvenciones para los fondos de labor humanitaria. Este viaje por Francia, Grecia y Serbia transformaron su lenguaje fotográfico, queriendo sacar más rasgos positivos. Entre estas destaca El golfillo de París que despierta gran ternura con su mirada hacia el objetivo de Hine.
De vuelta a Nueva York sigue su albúm de retratos laborales, pero ahora desde la dignidad que confiere al ser humano. Se centra en la industria y las fábricas, pero tambiën tiene espacio para los oficios y artesanías. La muestra más reconocida será la del Mecánico de una central. Y termina la Oda al obrero con el reportaje de la construcción del Empire State (1930-31), donde se colgó a unos 400 metros sobre la Quinta Avenida neoyorkina para conseguir las impresionantes estampas del arriesgado trabajo de las cuadrillas. Ícaro sobre el Empire State Building es un regalo para los ojos y un agitador de conciencias.
Finalmente, Hine pasó los últimos años de su vida buscando trabajos y acabó dependiendo de la beneficencia. Apesar del reconocimiento actual de su obra, es tardío, ya que murió pobre en 1940, pero lo más grande de su vida ya lo había hecho, podía morir tranquilo.
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