miércoles, 29 de febrero de 2012

Mientras se espera el rojo

Se calza el bombín y sube al monociclo con sus mazas. Tendrá que ser "hardcore y rápido"para ganarse a este difícil público en un minuto.



Manuel, chileno de 28 años, ha recorrido así semáforos de países de todo el mundo. "De Sudamérica me falta sólo Venezuela".

La fauna y las historias de los cruces y pasos de cebra son muchas y variopintas. Manuel y Pablo -uruguayo de 27 años- están compartiendo el paso de Atocha. Pero "el código es que el primero que llega se lo queda", por eso hay días que llegan a las 7.30 de la mañana, aunque son sus propios jefes y trabajan según las necesidades o las ganas.

Con los malabares urbanos, el sueldo del día puede llegar a 150 euros, pero hay días malos,  "es un trabajo poco estable, pero prefiero hacer lo que me gusta" reconoce Manuel. Después de 15 años haciendo arte en la calle y unos 10 en semáforos, no se ve haciendo otra cosa y su brazo tatuado con un monociclo y unas mazas lo certifican. "Me tatué para excluirme y que no me den otro trabajo" añade.

¿Por qué los semáforos? Los eligen, o en su defecto terrazas de bares, porque es más rentable y practican más que con una rutina en una plaza, ya que tienen que ser mucho más ágiles y explosivos.


Los malabaristas de escuela también prueban estos nuevos escenarios. Su motivación es practicar un hobby y recibir alguna ayuda. Es el caso de un brasileño licenciado en Publicidad y Periodismo, doctorándose en Audiovisuales. Sus padres no saben que hace semáforos. "La gente dice que yo lo hago porque es guay, pero tampoco entiendo por qué yo no puedo exhibir mi arte".

El carioca habla sobre su relación con otros malabaristas de cebra y aclara que aún así "el único problema son los rumanos limpiacristales", su experiencia con ellos ha sido negativa. "Al chico que se ponía en Diego de León le robaron  la mochila".

Precisamente, en el paso de al lado, en Gregorio Marañón,  ocho rumanos se alternan limpiando lunas. Van a destajo y se adueñan del paso que suelen frecuentar. Según Manuel, "dicen que es suyo porque llevan 5 años trabajándolo, si te dejas, te lo quitan".

El caso de Prudencio, o Bruno, como le conocen los vecinos del semáforo que ocupa, es otro. Lleva más de 25 años pidiendo limosna en el paso de cebra que se encuentra entre la calle de Agustín de Foxá y la de Enrique Larreta. "Me levanto temprano para que nadie me quite mi sitio" afirma Bruno. Mientras sostiene su caja de galletas, donde los conductores echan el dinero, declara que en el tiempo que dura el semáforo en rojo "puedo pasar por unos diez coches y conseguir unos 20 o 30 euros al día". "Lo poco que saco me lo gasto en comer  y en un par de latas de cerveza" explica mientras espera que el semáforo vuelva a parar los coches.

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